Celebrar la poesía

Otro año más llega el Día Mundial de la Poesía y me sorprende con las palabras a medio hacer, el apremio de otras obligaciones, el cansancio paralizante de los últimos años y la certeza de un mundo endiablado que no atiende versos ni metáforas.

Me recuerdo a mí misma que tengo que celebrar la poesía porque, es cierto, me ha dado tanto… Que no sería de recibo ni medianamente generoso, por mi parte, pasar por este día de puntillas como si no fuera piedra angular de mi existencia; un día tan festivo como mi cumpleaños o mi santo.

En el Día Mundial de la Poesía no he podido sumarme a ningún evento, y eso que había muchos en Madrid, multiplicados en espacios, pantallas e iniciativas. No voy a repetirme. Todas las causas de ese no estar, ya se han dicho al comenzar este texto. Y pueden sonar a excusa o disculpa, pero son verdad y me duelen, con sus raíces y consecuencias.

Por eso, aunque sea con estas líneas apresuradas, celebro y también pido perdón y comprensión a la poesía. Lo nuestro, como todo amor, está sometido a ciclos y baches, y aún así, se mantiene vivo y cumple poemas y aniversarios. La poesía ha estado siempre a mi lado. Comencé a escribir siendo una niña y la escritura, estoy segura, me salvó. En los cuadernos, encontré el espacio para lo que no podía decirse de otra manera; en los primeros premios escolares, hallé cierto sentido a lo que hacía. Pero convertirse en adulto es otra cosa. Ya lo dijo en esos versos tan certeros como inolvidables Jaime Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde (…)”. Después he sido, sí, una poeta tardía en la edición, como tantas; y aún soy, una poeta con más obra inédita que publicada, tampoco es tan raro.

De ese recorrido a bandazos, de ese amor que entrelaza vida y poesía surgen momentos felices y más dudas que certezas. Pero no pasa nada. Lo acepto. La poesía estará en mí mientras ella quiera, y ojalá me acompañe siempre. Aunque sea cierto que a veces, reniego. Sobre todo, cuando las horas se escapan en correcciones y trabajos baldíos. Pero también sé que el día que deje de escribir, mi vida no será plena.

En estas dudas y estos tirones internos, me ayudan las voces de otros poetas. Escuchándolos, una misma puede entenderse mejor y reconciliarse. No es fácil trabajar a tientas ni dejar un poemario acabado en el fondo del cajón y tirar la llave al mar de la propia derrota. No es fácil asumir que una nunca estará a la altura de esa amante que es la poesía. Por eso me alivia escuchar a otros. La última vez fue el pasado viernes 18 de marzo, en una nueva edición del ciclo Poesía y Psicoanálisis, que desarrolla el Foro Psiconalítico de Madrid en el marco de su actividad Diálogos con el Arte.

Esa tarde noche, en un espacio casi solemne de atención y escucha, Esther Peñas, poeta invitada, puso en voz alta esto mismo: la poesía como relación amorosa, esa vivencia de plenitud tan efímera. “El lenguaje es un fracaso porque el poema tan sólo roza lo que aspira alcanzar o habitar. En la escritura poética, como en el amor, se puede pensar que se ha alcanzado, pero luego te das cuenta de que no es así”. Sin duda, sus palabras son parte de la inspiración de este texto, que también incluye mi agradecimiento por esas horas de generosidad cómplice. Palabras rebosantes de verdad llenaron el espacio de la tarde mientras la poeta enunciaba “la creación poética como el pequeño reino de la fiebre y la alegría del encuentro”; “la importancia de dejar que el lenguaje se diga y que las palabras hagan sonar lo que callan”, y cuanto tiene la poesía de “asombro luminoso, de sentido inaugural y lenguaje inútil, en tanto alejada de todo propósito utilitarista”… “Escribir desde la brújula y no desde el mapa”, dijo Esther Peñas, compartiendo “la ceremonia mágica del lenguaje”. Cómo no agradecer esas confidencias. Cómo no escribirlas para rescartarlas en los días de zozobra. Cómo no seguir creyendo en la poesía.

Por último, para concluir mi pequeño homenaje a la poesía, le ofrezco el último poema que he escrito. Aunque soy de correcciones lentas y versiones infinitas, este poema quiere decirle que sigo activa, a pesar del silencio y mis desapariciones, a pesar de los libros que no acaban de ver la luz. Sigo escribiendo y quizás, el último poema sea la mejor forma de demostrarlo. Aunque no tenga título ni esté dado por concluido, aún respira. El amor sigue latiendo.

Feliz día de la poesía, feliz día a la poesía, a la que debo tanto.

Quisiste despertar
pero el día carecía de luz,
tan sin cielo.

Los edificios sin perfil.
La primavera sin pétalos.

Los árboles tan sin tiempo
como su amanecer detenido.

Quisiste despertar
y estaba todo en contra.

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