Ayer, 20 de enero de 2024, se convocaron más de un centenar de manifestaciones por toda España, para pedir la paz en Palestina y señalar el genocidio que está cometiendo el gobierno de Israel, contra un pueblo reiteradamente masacrado y ninguneado. También se desarrollaron 28 recitales poéticos con la misma causa. El de Madrid fue el primero en organizarse. A mediados de diciembre ya estaban buscando personas para coordinarlo y poetas que quisieran sumarse. Cuando se convocó la manifestación, estaba casi todo listo. Por eso se mantuvo, porque se podía ir a los dos sitios, antes o después, ninguna convocatoria sobraba. Todas las fuerzas, los pies, las gargantas hacían falta. En paralelo, se había prendido la chispa: poetas de otras ciudades fueron organizando otros, primero, en España; después, en ciudades de Bélgica, Suiza, Argentina, Colombia, Chile, México, Perú, Uruguay y Venezuela. Un total de 44 recitales y más de mil poetas.
Casi siempre, al amanecer de los sábados, el día llega con la huella del cansancio de la semana laboral previa. Me apetecía remolonear en la cama, bajo los rayos de sol que se colaban por la persiana… Pero sabía que era más importante levantarse por Palestina, ese gesto imperceptible de vencer el cansancio acumulado y vencer también la inercia de dejarse arrastrar por el para qué.
¿Para qué iba a servir volver a las calles? ¿Para qué recitar versos propios o ajenos invocando una paz que no parece importar a nadie? Pues, para estar de acuerdo conmigo misma, para no dejarme llevar. Me servía para plantar cara a la censura, al silencio, a la capa de secreto que había cubierto las convocatorias y su trabajo previo. Todas las convocatorias se habían transmitido más entre las personas y los medios de los márgenes que en los grandes altavoces. Las descubría zafiamente ocultadas por las principales redes sociales que quedaban en evidencia, mostrando sin tapujos por dónde va la verdad y por dónde sus intereses, y me dejaron ante otra pregunta inesperada. ¿Para qué seguir publicando en ellas, regalando mi trabajo (fotos, textos, poemas…), en el marco de una presunta libertad de expresión que está al servicio de intereses que no comparto? Esa pregunta sigue pendiente, mientras las otras se resolvieron. Ya veremos.
¿Para qué ir a la manifestación? Alcancé Cibeles cuando ya se intuía la llegada de la cabecera de la marcha. Me colé entre sus participantes y caminé en sentido contrario para hacerme una idea de su número y densidad. Coincidí con alguien que conozco (y eso pasa cuando somos pocos), pero no vi a otros muchos que estaban allí (así que, no éramos tan pocos). Se me llenaron los ojos de lágrimas al ver los pañuelos y las banderas palestinas que son el reciente sudario de más de 25.000 personas, la cifra de palestinos asesinados desde el 7 de octubre de 2023. Al escuchar el grito de Intifada, recordé cuantas veces he marchado por Palestina. Me emocionaron las banderas de Sudáfrica, y agradecí profundamente a ese país haber dado el paso ante la justicia internacional, en un proceso que será largo y se antoja extraordinariamente complejo, pero que al menos, llama al gobierno israelí genocida y asesino, lo mismo que deja entrever el Secretario General de Naciones Unidas o que piensa buena parte de la población, según las encuestas que confirman que aun nos duele tanta barbarie, ya sea en España o incluso entre los jóvenes de Estados Unidos. Me conmoví ante un grupo de mujeres jóvenes, cubiertas por el hiyab, que cantaban y danzaban en una reclamación de justicia que encarnaba la resistencia de un pueblo entero. Les agradecí su ejemplo, su energía y resistencia, su alegría frente a la adversidad. Pensé que sólo verlas me había dado la respuesta de para qué acudir a la manifestación. También sé que a la próxima, el día 27 de enero, volveré a ir por ellas.
Como la hora de mi turno de lectura se acercaba, dejé atrás a quienes seguían llegando a Cibeles, y me fui al recital. Se celebraba en el CSOA La Ferroviaria, donde ya, en marzo de 2022, fuimos convocados para leer contra la guerra de Ucrania, cuando se cumplía un mes de una invasión que el mes que viene tendrá ya dos años. Era fácil preguntarse para qué los versos, si estos iban a tener el mismo efecto sobre Netanyahu que el que hicieron sobre Putin. Ninguno. Pero, inmediatamente, pensé en las jóvenes de la manifestación previa y desterré de mi cabeza los nombres de los asesinos.
El grupo que leyó en Madrid, en el turno de 14 a 15 horas.
¿Para qué reunirnos en torno a la poesía? Para pronunciar nuestra palabra junto a la de poetas palestinos, vivos o muertos, residentes en Gaza, Cisjordania o en su amplio exilio, y darles voz en una asamblea de afectos y reencuentros, como si los suyos fueran posibles. Para escuchar el español y el árabe, con sus múltiples acentos, y pronunciar sustantivos y verbos con los que convocar la esperanza: pájaro, amor, cielo, hermana, amanecer, flores… Para ejercer una cierta resistencia, frente a la muerte y su barbarie, y construir un abrazo colectivo que nos mantuvo doce horas de escucha, como en una modesta y nutrida vigilia a favor de la paz. Para recaudar fondos destinados a UNRWA, la agencia de Naciones Unidas que trabaja con los refugiados palestinos desde hace décadas, a través de la donación de nuestros libros y la compra de otros. Para recordar a Refaat Alareer, un escritor y activista gazatí que fue asesinado junto a su familia por las tropas del ejército israelí en el norte de la Franja Gaza, el pasado 6 de diciembre de 2023. Su poema, escrito el 1 de noviembre y titulado “Si he de morir”, está dedicado al que era su hijo y hoy es otro de los miles de menores muertos en esta maldita guerra. Sus apenas veinte versos siguieron vivos, convertidos en un bello díptico, ligado a una hucha de resistencia, también para UNWRA. En mi memoria queda para siempre y resuena el poema entero, pero quizás estábamos allí por lo que dejó escrito en sus últimos versos:
Si debo morir,
que traiga esperanza,
que sea un relato.
Eso es lo que hicimos ayer, en las calles y en los recitales, al decir y al escuchar, al reconfortarnos en el reencuentro con tantas personas queridas que vemos tan de tarde en tarde. En memoria de quienes no pueden hacerlo, seguimos tejiendo el relato contra el genocidio y la muerte de miles de inocentes; el relato de la esperanza posible entre quienes se aferran al abrazo y rechazan que todo sea inútil.